jueves, 16 de octubre de 2008

Gabriel Mejía «El Adiós», viernes 17 de octubre, 2008

Muchos han intentado comunicar con los muertos, acceder a esa zona en la que sólo hay especulación y fantasía, mitos y penumbras; generalmente lo han hecho por medio de la fe y la superstición, pues son los modelos que ofrecen un portafolio de opciones más halagüeño, en contrapeso a la ciencia, siempre estéril en su vocación comunicativa con el más allá.

El intento, la mayoría de veces desesperado, de hablarle a esa nada cargada de fardos, no tiene en la práctica, es decir en la vida, ninguna utilidad real. Es “tiempo muerto” que apenas plantea una vocación desesperada de escapar de este mundo por el pensamiento de que hay otro. Es hablarle desde nuestro más acá de Head and Shoulders y Colgate a quien ya no es y, precisamente por eso, intentar acceder a ese otro espacio, el otro espacio, para ya no ser o invitar a quien no es a ser aquí con su no ser.


Hay quienes mueren en el intento de comunicarse con los muertos. Y quizás así consiguen esa comunicación tan anhelada, como nos recuerda Giorgio Manganelli en «Discurso sobre la dificultad de comunicar con los muertos» –uno de sus más perturbadores escritos– pero, al morir, quedan imposibilitados para retornar a contarnos los resultados de su experiencia comunicativa, precisamente porque ahora están muertos.


Hay historias de fantasmas por doquier pero no historias de muertos, salvo las de zombis, donde los muertos viven y entonces ya no son, en sentido estricto, muertos. De igual modo, habría que preguntarse si son muertos los fantasmas, porque se mueven y nos mueven, atravesando la historia de nuestra mente viva, de nuestras revoluciones (ahora muertas) y, en general, de todo lo que de una u otra forma ha desencadenado eso que llamamos “acontecimientos”, siempre mediados por un fantasma, un homenaje póstumo o un amigo ido a ese improbable lugar.


Algunas veces, al mirar con atención el mundo, parecería que está más muerto que vivo o, más bien, más puesto a vivir por los muertos que por quienes vivimos, si es que vivimos porque, ya metidos en la pregunta, habría que empezar a pensar en qué significa estar vivo y muerto. ¿Qué es un ser vivo y qué un muerto? ¿Es el muerto el cadáver? ¿Son los muertos solo restos, como son solo restos de ideas estas palabras?


Desafortunadamente, en torno a esas preguntas apenas hay “casis”, pues el límite infranqueable para ofrecer una versión confiable de la muerte es ese “casi morí” que, cuando se da, nos recubre de un halo que, si bien nos diferencia de otros, sigue resultando insuficiente. En todo caso, es la reincidencia del “casi” lo que construye el carácter del héroe en un mundo en el que vivir ya no es ningún mérito, y sólo la cercanía a la muerte nos sirve de consuelo y ejemplo.


Gabriel Mejía ha jugado incansablemente en ese terreno, subiendo la apuesta por su propia muerte y la del otro, y resultando invicto en ambas canchas: hasta ahora, sigue vivo y sin comunicarse con ningún muerto, pero siempre intentando casi morir en tiroteos, bajo las llantas de un bus o arrastrado por las olas que, en últimas, no han querido llevárselo sin remedio sólo para dejarlo aquí con nosotros, pensando en morir y rodeado de tantos muertos y muertes como cualquiera.


viernes 17 de noviembre
, 7 - 11:30 pm
El Bodegón (arte contemporáneo - vida social)
calle 22 # 6-24 local 3 (Las Nieves)

(parqueadero vigilado en el #6-28)



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