viernes, 25 de mayo de 2007

Edwin Sánchez «Odio puro», 25 de mayo, 2007


Sentimiento Malsano

No recuerdo si fue Bertold Brecht quien afirmó en cierta ocasión que la única posibilidad de aventura que le quedaba al hombre contemporáneo era el crimen. Aun si dedicara su vida a los deportes extremos, a tatuar su cuerpo o a estudiar estrategias para “romper con lo establecido”, todas sus energías se desgastarían (a pesar de resultar con un hueso roto, un dibujo de más en su piel, etc.), en mantenerse distraído y ubicado dentro de los límites de lo socialmente aceptable. Al contemplar seriamente la posibilidad de cometer un crimen este hombre pasaría realmente a hacer una nueva historia –por lo menos la suya-, de la cual podría salir no bien librado y disfrutar, en cierta forma, de una incertidumbre plena de ansiedad.

Edwin Sánchez emplea el entrenamiento adquirido en una facultad de artes visuales para revertirlo en el diseño de tácticas criminales y estudiar los alcances relativos de la ética (propia y ajena). Mediante hechos cercanos al performance como ocultar con una caja de cartón a un pordiosero que no tiene pies ni manos, perseguir de manera insidiosa y descarada a un artista pornomisérico consagrado al cuadrado y escarbar en su basura, grabar conversaciones privadas sin autorización, falsificar comunicados oficiales donde menciona la construcción de una nueva ruta de transporte masivo y advertirle a los habitantes de una comunidad de la necesidad que vendan inmediatamente sus casas, Sánchez intenta alterar nuestro umbral de aceptación moral. Obviamente despierta preguntas respecto a su propia ética, pero su actividad no se limita a llevarnos a pensar idiotamente si estamos o no frente a un ejercicio artístico, sino más bien si participaríamos, incluso “bajo circunstancias atenuantes”, de un acto delictivo. Sus videos, dibujos, tallas en icopor y recolecciones de objetos no son solamente piezas de arte, aunque podrían circular económicamente como tales. Más bien son detonantes éticos a través de los cuales podemos optar por juzgarlo como un psicópata vil y peligroso o pueden servirnos como instrumentos de civilidad, al exigir de nosotros un juicio ante la evidencia del acto. Ahora bien, luego de establecer un juicio ético tras la contemplación de su trabajo, es posible que pensemos también en la artificialidad de los obstáculos que solemos anteponer al momento de descalificar un hecho moralmente lesivo.

En “Odio puro”, Sánchez recopila una serie de documentos para evitar cumplir con el rol social que suele exigírsele al arte en la actualidad. Estas piezas no son edificantes ni educativas, no orientan una militancia ni una sublimación. Como resultado de un voluntariado ejercido en las capas superficiales de la delincuencia común, su trabajo es para este artista más una recompensa a su interés por aprender cómo se roba, cómo se apuñala a alguien, cómo se reconocen diferentes calidades de droga sintética de bajo costo o cómo se manipulan algunas nociones de virtud. Vistos de esta forma, cinco años de estudio bastaron para convertir a este diseñador industrial en uno de los más prometedores valores del performance del país. Pero esta valoración no interesa demasiado, puesto que la evidente confusión entre arte y vida que revela su trabajo apunta más a nuestra capacidad de maldad y nos habla de ese autoritarismo cotidiano que solemos defender tanto y al que estamos tan apegados. En “Odio puro”, Sánchez se convierte a sí mismo en un simulador de nuestro odio, o en un “clásico” hijo de puta, como también podría definirlo el pordiosero que cubrió con la caja de cartón.

Guillermo Vanegas
curador de la exposición


viernes 25 de mayo, 2007
El Bodegón (arte contemporáneo - vida social)











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