Ahora todo es Relacional. Ya no es joven, ni independiente. Lo institucional pasó, los coleccionistas siguen en la lista pero todavía no pegan. Pero ser relacional sí. Han pasado once años desde el libro de Bourriaud, pero valía la pena la espera. Ahora el arte no es de productos sino de servicios, es el tiempo de abandonar la certeza de la obra para navegar por la incertidumbre de los entornos, ha llegado el momento de tirar a la caneca la complicada idea de persona para asumir la más cómoda de comunidad. Porque, ante todo, según la lógica Relacional, las comunidades son democráticas.
Entonces, ¿qué se puede decir del trabajo de Manuel Kalmanovitz ahora que todo debe ser relacional? O más bien, ¿qué se puede decir del trabajo de Manuel Kalmanovitz en un tiempo en el que todo debe ser Relacional para acceder a la categoría de Contemporáneo?
Posiblemente, no mucho. Porque, míreselos por donde se los mire, los dibujos y collages de Kalmanovitz no funcionan bajo premisas relacionales. No involucran a nadie distinto a él mismo, no buscan acuerdos con ninguna comunidad, y no ofrecen ningún servicio, aunque sigan sin constituir un bien en sí.
Por otro lado, en estos recortes y aguadas no se ve ninguna vocación de crítica institucional y Manuel, aunque joven de espíritu, no parece una de esas nuevas promesas del nuevo arte colombiano. Con la situación puesta así, ¿qué podría decirse como gancho para atraer público a su exposición? Digo, el tipo de público (es decir ustedes) que acude a las exposiciones que nosotros organizamos.
Pero Kalmanovitz tampoco se corresponde con el paradigma de artista moderno, digno de individual en el MamBo y, en esa medida, su postura dócil o crítica ante la Institución museal resulta tan poco pertinente como los diálogos sobre el sentido de sus metáforas o la virtud desprendida de su oficio. ¿Qué es entonces Manuel Kalmanovitz? ¿Qué hace de su trabajo algo susceptible de ser reunido en un espacio bajo la categoría Exposición Artística?
Porque Manuel tampoco es un artista. O no lo es en tanto lo serían quienes tienen un título universitario en Artes Plásticas que saben transformar muy profesionalmente en oportunidades diversas.
Lo de Manuel, más que las oportunidades, son las ocasiones. Se trata de un dibujante ocasional aunque constante, y de un cortador persistente, según lo delatan sus cuadernos llenos de recortes sencillos y sus dibujos que son apenas algo más que esbozos. Manuel es un amateur.
Y no lo es por la precariedad de sus producciones, o porque estas no consigan el nivel que tendrían las de un profesional, sino por el hecho evidente de que Manuel está clavado en sus libretas por amor, y Amateur es el que ama, sin importar qué o a quién. O, más exactamente, amateur es el que está amando.
Recortar es vivir, más que una exposición de recortes o dibujos es una emanación de la vida de una persona, de alguien que habla como una persona y se separa como persona de nuestras vidas y de la suya propia en el trance de estos recortes y pinceladas lavadas. Así pues, lo que hace escapa a la posibilidad de ver equiparado el arte y la vida en tanto sus gestos están cargados de una cierta distancia que, no por ello, es un modo de Aura benjaminiana sino, más simplemente, una adyacencia. Fuera de sí mismo, Manuel pone a su lado el trabajo en el que, creo, ocupa el tiempo que no tiene. El que no le sobra pero busca. El que se le escapa pero gasta en recortar y dibujar. Por los laditos, justo como se supone que debería ser el amor si el amor fuera algo.
El hecho es que Manuel está a nuestro lado (aunque no necesariamente de nuestro lado), y a su lado están los dibujos y los recortes que hace a partir de un sentimiento que es amor pero que no es esa idea del amor que está en las películas, sino esa cosa que nunca está en ninguna parte sino justo al lado, relacionándose con nosotros sólo en la medida en que nos es contemporánea por el hecho de estar aquí, al lado, en este preciso momento.
Entonces, ¿qué se puede decir del trabajo de Manuel Kalmanovitz ahora que todo debe ser relacional? O más bien, ¿qué se puede decir del trabajo de Manuel Kalmanovitz en un tiempo en el que todo debe ser Relacional para acceder a la categoría de Contemporáneo?
Posiblemente, no mucho. Porque, míreselos por donde se los mire, los dibujos y collages de Kalmanovitz no funcionan bajo premisas relacionales. No involucran a nadie distinto a él mismo, no buscan acuerdos con ninguna comunidad, y no ofrecen ningún servicio, aunque sigan sin constituir un bien en sí.
Por otro lado, en estos recortes y aguadas no se ve ninguna vocación de crítica institucional y Manuel, aunque joven de espíritu, no parece una de esas nuevas promesas del nuevo arte colombiano. Con la situación puesta así, ¿qué podría decirse como gancho para atraer público a su exposición? Digo, el tipo de público (es decir ustedes) que acude a las exposiciones que nosotros organizamos.
Pero Kalmanovitz tampoco se corresponde con el paradigma de artista moderno, digno de individual en el MamBo y, en esa medida, su postura dócil o crítica ante la Institución museal resulta tan poco pertinente como los diálogos sobre el sentido de sus metáforas o la virtud desprendida de su oficio. ¿Qué es entonces Manuel Kalmanovitz? ¿Qué hace de su trabajo algo susceptible de ser reunido en un espacio bajo la categoría Exposición Artística?
Porque Manuel tampoco es un artista. O no lo es en tanto lo serían quienes tienen un título universitario en Artes Plásticas que saben transformar muy profesionalmente en oportunidades diversas.
Lo de Manuel, más que las oportunidades, son las ocasiones. Se trata de un dibujante ocasional aunque constante, y de un cortador persistente, según lo delatan sus cuadernos llenos de recortes sencillos y sus dibujos que son apenas algo más que esbozos. Manuel es un amateur.
Y no lo es por la precariedad de sus producciones, o porque estas no consigan el nivel que tendrían las de un profesional, sino por el hecho evidente de que Manuel está clavado en sus libretas por amor, y Amateur es el que ama, sin importar qué o a quién. O, más exactamente, amateur es el que está amando.
Recortar es vivir, más que una exposición de recortes o dibujos es una emanación de la vida de una persona, de alguien que habla como una persona y se separa como persona de nuestras vidas y de la suya propia en el trance de estos recortes y pinceladas lavadas. Así pues, lo que hace escapa a la posibilidad de ver equiparado el arte y la vida en tanto sus gestos están cargados de una cierta distancia que, no por ello, es un modo de Aura benjaminiana sino, más simplemente, una adyacencia. Fuera de sí mismo, Manuel pone a su lado el trabajo en el que, creo, ocupa el tiempo que no tiene. El que no le sobra pero busca. El que se le escapa pero gasta en recortar y dibujar. Por los laditos, justo como se supone que debería ser el amor si el amor fuera algo.
El hecho es que Manuel está a nuestro lado (aunque no necesariamente de nuestro lado), y a su lado están los dibujos y los recortes que hace a partir de un sentimiento que es amor pero que no es esa idea del amor que está en las películas, sino esa cosa que nunca está en ninguna parte sino justo al lado, relacionándose con nosotros sólo en la medida en que nos es contemporánea por el hecho de estar aquí, al lado, en este preciso momento.
viernes 21 de agosto, 2007
El Bodegón (arte contemporáneo - vida social)
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