Casi todos los artistas que vemos, aquellos cuya producción nos llega y en esa medida se convierte en objeto de discusión pública, hacen parte de aquellos que exponen en museos, ferias y galerías; conforman un grupo sólido que se entiende en torno a diversas formas de autoconciencia sobre el valor de su producción, sea éste material, simbólico o social. Hay artistas que aprovechan sus quince minutos porque saben que pronto pasarán; hay quienes saben que cada día que transcurren en el anonimato, o descolgados de la mirada pública, pierden dinero; otros más, ven en el evento de la exposición la oportunidad de hacer público un discurso en torno a una visión particular del mundo o, al menos, de un aspecto específico del mundo y otros, aunque pocos, aun consideran al arte, y a la posibilidad de que éste sea exhibido, una herramienta de transformación.
Pero hay artistas para quienes la figura de la exhibición no dice mayor cosa. Hacen objetos, planean acciones, garabatean papeles, arman bandas reales o ficticias, publican catálogos falsos, pintan acuarelas, editan fanzines y al final, guardan todo entre cajas, bajo la cama porque ningún indicio de fe en el valor que podría tener la exposición pública de sus productos se les cruza por la cabeza.
Trabajan en silencio, como hormigas constantes que llevan adentro de sus hormigueros todo lo que le roban al mundo. Cosas que solo afloran tras un incendio o inundación, o pasada la destrucción del entorno que han construido a manos de un depredador ensañado. Así, a estos artistas no les hace demasiada ilusión la llegada del momento en que todo eso que han producido para dejar olvidado en sus propios ecosistemas sale a flote.
Javier Posada es, quizás, uno de esos artistas.
Esta exposición se produce tras múltiples intentos, guiños, pisotones, ruegos, argumentos, sobornos e invitaciones y es por eso que nos alegramos de poder mostrarles a ustedes, por fin, una parte muy pequeña y específica de la muy diversa producción de alguien que pareciera no parar de hacer y que, sobre todo, ha hecho de su hacer una rutina sin finalidad ni final.
Memorias (texto aparecido en la hoja de lectura de la exposición)
Cuando la vida es casi nada, casi todo se olvida. La ausencia de acontecimientos tiende a construir una niebla que nos impide ver el fracaso de toda teleología. Ausentes de nosotros mismos olvidamos lo que cruza ante nuestros ojos porque nada tiene el valor que requerimos para darle brillo al tesoro de nuestras memorias. De cada recuerdo.
Este olvido, entendido como una incapacidad de ver, o de traer nuevamente a la mente un conjunto de imágenes que delimitan situaciones particulares que constituyen nuestras vidas, curiosamente se produce por la saturación de esas mismas imágenes en el cerebro; por la imposibilidad de abrirles un nicho de sentido en el edificio argumental de la propia existencia.
Las imágenes son superficie pura, pero están desprovistas de sustancia y, por ello, sus accidentes se nos escapan. En esa medida se le achaca a la imagen la crisis de todo un orden social. De este orden social. Apenas series de espectáculos perpetuados en su propia ausencia de bordes, las imágenes han devenido en metáfora de la separación, de la imposibilidad de transformación del mundo que nos rodea porque, inasibles, se limitan a acecharnos desde el olvido.
Las imágenes no están aquí, pero están. Se esfuman y reaparecen. De repente cobran sentido para vengarse o hacernos compañía. Para hacer la historia. Pero estas imágenes que construyen la historia precisan, en nosotros, un ejercicio constante de memoria. Para eso construimos archivos, almacenamos documentos, producimos testimonios. Todo con la esperanza de que aquello que pasó ante nuestros ojos no desaparecerá para ya no regresar.
Javier Posada dibuja compulsivamente sus recuerdos en tarjetas de presentación. Pequeños pedazos de cartulina de 5.5 x 9 centímetros reciben los trazos (generalmente burdos) que constituyen parte de su biografía. Bocetos, esquemas, fragmentos de memoria se congregan por cientos para hablarnos de una vida que no es nuestra y que, por eso mismo, no podemos entender ni recordar. Aunque esté construida a partir de las mismas imágenes que definen la vida del ser humano promedio de nuestra época.
Para nosotros se trata de líneas, figuras y modelos que deben encontrar cabida en otro espacio de nuestra memoria; que deben obligarse a significar otra cosa, so pena de desaparecer sin retorno. De archivos ajenos que se tocan con los nuestros sin revelarse.
¿Qué es eso que debemos ver en los dibujos de Javier Posada? ¿Qué es eso que se pone ante nuestros ojos? ¿Qué debemos decir, decidir e interpretar? ¿Qué queda de su voluntad de reiteración sobre la nada? ¿Son algo distinto a esas imágenes pobres, triviales e integradas que usa o roba para construir su propia vida? ¿Qué significan estas proliferaciones de confesiones pobres y crípticas? ¿A dónde irán a parar sus imágenes y dónde viven ahora?
Si es que viven, claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario